martes, 7 de octubre de 2014

En un autobús

Hace mucho tiempo que no escribo en éste espacio. Hoy, me pasó algo que puedo considerar una porquería, pero en lugar de eso, decido darle la vuelta y el destino me demuestra que el poder de la mente es absoluto.

Empezó a llover cuando salí de mi casa. Regreso a ella a buscar mi paraguas, aunque eso iba a significar, que luego pasaría la lluvia y en su caso se iba a sentir un calor de padre y señor nuestro. Así fue. Esta ciudad es un gran embudo de mi país, donde vienen a parar todas las leyes de Murphy.

No andaba sola. Mi compañero de la aventura de hoy y yo, comenzamos a caminar con la esperanza de encontrar un carrito que nos llevara al centro comercial. No pasaba nada. Hacía muchísimo calor y los zapatos me apretaban, si, así mismo, como esa canción con tono infantil que alguien te dedica cuando te estás quejando mucho.

Nos subimos en un autobús sin aire acondicionado, y con unos de esos ayudantes que literalmente, te piden que te pegues espalda con espalda entre los pasajeros para que entren más. "Panita, hágame el faor panita, ruedate pa tras que hay espacio".

A mi lado estaba un chico que no se callaba y buscaba conversación. A mi otro lado una Sra de más de 4 décadas viéndome como esperando que la cargara. Mi compañero quedo unos metros alejados de mi y yo con mi mano recién operada, tratando de cubrirla del sudor del resto de los pasajeros que tenía a mi alrededor.

Generalmente no soy una persona que pierde los estribos cuando hay cola (ah si, también nos encontramos con una cola insufrible, quedando estacionados prácticamente en la autopista, a la merced del calor) pero tampoco soy del tipo de persona que habla con el resto de la gente en la calle. Mucho menos en un transporte público.

Vi de reojo a mi compañero el cual pierde los estribos fácilmente y se estresa cuando hay cola. Me dije a mi misma: "mimisma, esto va para rato. Que tal si salimos de la rutina y hablamos con el chamo que tiene rato diciendo cosas al aire esperando algo más que el sonido de su eco?" y así fue. A continuación, entablo una conversación con el chico alto y delgado que estaba a mi lado. Comenzó a quejarse del calor y de la cola, y aparentemente, quejarse lo relajó. "Te entiendo" pensé. En un día estresante, me relajo al volver a casa, tomando el control de mi play y matando piratas en Far Cry 3.

La señora me mira desesperada y me dice "ayúdame, me siento mal". Cuando estuve a punto de pedirle a alguien que le cediera su puesto, el chico tomó la iniciativa y le pidió a varios pasajeros "caballero, podría cederle su puesto a esta señora que se siente mal?" ante lo cual varios dijeron que no. Y los únicos que se quejaron de su indiferencia, fue curiosamente, los que estábamos de pie.

Al cabo de un rato, uno de ellos le dio su puesto a la señora. Lo que ocurrió después de ésto, fue lo que me demostró, el poder de la mente. Primero, mi compañero dice: "coño, es que ni siquiera piensan en que ella podría ser la abuela de cualquiera?" yo digo "NO. Porque es precisamente la indiferencia, la gasolina que mantiene la marcha de éste país. No piensan en nadie más, sino les afecta a ellos". Esto, por supuesto abrió un debate. El pequeño grupo que nos encontrábamos en la parte frontal del autobús comenzamos a discutir, sobre lo que necesita realmente el país para avanzar. Que el cambio está primero en nosotros. Tristemente, todos coincidimos en que no importa que tanto anhelamos un cambio de dirección en nuestra tierra, si los culpables somos nosotros mismos que no hacemos nada salvo quejarnos. Y los que estamos dispuestos a creer que si se puede, estamos solos.

Hubo varias caras desaprobando. Como pensando "esta escualida ridícula pitiyanqui bla bla bla". Así que no pude aguantar y dije en voz bien alta para que me escucharan: "Disculpa mi francés pero COÑO pana!!! yo estoy montada en el mismo autobús que tú! esta vaina no sólo afecta a mi persona".

Salvo que eso no lo ven. OJO, a todo esto, jamás se dijo el partido político de nadie. Ellos pudieron ser del oficialismo y nosotros de la oposición, pero eso no tiene nada que ver, si uno de los implicados en destruir al país somos nosotros. Permitir que hagan daño, no hacer nada y no incentivar un cambio, te hace parte del problema.

Al bajar del autobús, cada uno dijo "hasta luego" al grupo de debate. Con calor, un poco menos estresados, una sonrisa y un poquito más livianos de esa carga rencorosa y dolida que llevamos a cuestas día a día en mi país, tu país. El chico alto y flaco, la morenita de lentes, la Sra dulce y educada, y los locos metaleros vestidos de negro, ah no cierto, esos éramos nosotros.

0 comentarios: